Terrence Malick ha dirigido sólo cinco películas en los últimos 38 años. Es de los pocos cineastas en la historia que ha podido darse el lujo de hacer algo como guardar silencio por dos décadas y regresar de la nada, con un batallón de actores de primera línea dispuestos a matar por actuar en su película.
Esa cinta fue The Thin Red Line. Y ahí me enganchó.
Malick pertenece a ese escaso grupo de cineastas cuyo lenguaje y estilo puede equipararse al de Stanley Kubrick. Con la radical diferencia de que mientras Kubrick se clava con la adaptación literaria, el traslado de la letra al audiovisual, Malick se inclina fuertemente por el discurso de la imagen y la secuencia, casi silente y llena de simbolismo, con más énfasis en la impresión visual y la reflexión que en la trama. Con una clara obsesión por la muerte y el sentido de las acciones que decidimos.
The Tree of Life, trata más o menos de eso, creo, lo digo porque no estoy seguro. Y aun así la amo.
Es un poema visual y estético, un poema intenso, emotivo, devastador e inconexo. Una película casi imposible de ver, que desafía bastantes convencionalismos, los suficientes como para no soportarla, como para que la mitad de la sala se saliera, como para odiarla por intentar algo tan radical y dejarnos con tan pocas certezas de las cuáles aferrarnos.
Esa cinta fue The Thin Red Line. Y ahí me enganchó.
Malick pertenece a ese escaso grupo de cineastas cuyo lenguaje y estilo puede equipararse al de Stanley Kubrick. Con la radical diferencia de que mientras Kubrick se clava con la adaptación literaria, el traslado de la letra al audiovisual, Malick se inclina fuertemente por el discurso de la imagen y la secuencia, casi silente y llena de simbolismo, con más énfasis en la impresión visual y la reflexión que en la trama. Con una clara obsesión por la muerte y el sentido de las acciones que decidimos.
The Tree of Life, trata más o menos de eso, creo, lo digo porque no estoy seguro. Y aun así la amo.
Es un poema visual y estético, un poema intenso, emotivo, devastador e inconexo. Una película casi imposible de ver, que desafía bastantes convencionalismos, los suficientes como para no soportarla, como para que la mitad de la sala se saliera, como para odiarla por intentar algo tan radical y dejarnos con tan pocas certezas de las cuáles aferrarnos.
¿Yo qué les puedo decir? Lloré, lloré las casi tres horas que duró la cinta. Las secuencias, el uso de la cámara, la fotografía, el discurso visual-semiótico, el ritmo acompasado... Es demasiado. Te aplasta, te tira al suelo, te deja mal. Más aun si intentas encontrarle un sentido interconectado a cada una de esas hermosas viñetas.
La apuesta de Malick es la de ver e intentar comprender la grandeza de la vida a través de un granito de arena, en medio de toda la aritmética de consecuencias que nos ha traído aquí. Que son una absoluta nada, pero que para cada individuo significa nuestra esencia, nuestro todo. El amor y la pérdida.
Sin embargo no todo es perfecto. The Tree of Life por momentos se pasa de trascendentalista y la narrativa visual, aunque aplastante emocionalmente, y hermosa, por momentos se vuelve confusa de seguir. Hay secuencias, que aparentemente no tienen relación absoluta con la trama, aunque conectan totalmente con el sentido del filme.
El otro gran problema que tiene es que se trata de una película tan imponente visualmente que tiene que vivirse en una sala de cine. Una pantalla casera le queda demasiado chica para todo lo que contiene. Y por la respuesta de la gente es probable que a lo sumo dure sólo un par de semanas en cartelera.
Desde 2001: A Space Odyssey nadie intentaba (y lograba) algo como esto. Ojalá la historia le dé a esta belleza un lugar digno. Por lo pronto, a mi ya me marcó...
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