Estoy en una boda, se casa la prima Laura (sí, se llama Laura) con el buen Nazario, su novio desde nuestros días en la secundaria. Los tres (ellos y yo) ibamos a la misma escuela, y entonces es raro, que el chico con el que hablabas del capitulo de Dragon Ball Z que habían pasado la noche anterior mientras se comían un gansito, ahora es el mozalbete bigotudo que luego de 10 años de noviazgo
(10 años!!!!!!) al fin
(ya era hora caramba) va a casarse con esa prima (segunda, tercera lejana) que tiene exactamente la misma edad que tú.
Lo que me pone de humor pesado y paranoide, es que de acuerdo con la lista de edades y estados civiles,
una vez que la bella Laura diga el “Sí, acepto”, yo seré el siguiente en turno para casarse.
Mi familia paterna tiene pocas tradiciones, la gran mayoría son absolutamente comunes, regalos en navidad, pastel de cumpleaños, banquete rompe-espaldas organizado para abuela en el día de las madres, aunque ahí la última que descansa es ella… lo normal pues.
La única costumbre que sale de ese patrón standard es la que respecta a la edad de matrimoniarse en el clan Hernández.
Si no contraes nupcias por ahí de los 20 años de edad, ya te quedaste a vestir santos. Sí, la prima Laura con sus 24 años era una solterona…
Y yo, bueno
o soy un playboy o un gay de closet (creo que corren ambas versiones sobre mi entre mis parientes). De modo que esta boda era algo más, era ese acto en
slow motion donde todas las cabezas giran, de mirar a la nueva ungida (que por fin llegó a la meta!) a ver al pobre diablo en turno, todo con esa inconfundible expresión facial que dice
“Sigues tú!”.
Ok Ok en la lista antes que yo estaba la prima K., hermana de la novia festejada. Pero ella tiene esa relación perfecta con su novio que tiene nombre de cantante famoso, y ambos ya están más comprometidos que la deuda externa del país.
Acabo de llegar a mi mesa, no han pasado siquiera 5 minutos desde que tomé asiento cuando llega la primera pregunta:
-¿Dónde está… Laura?
Quien dijo eso fue la prima M., y maldigo su buena memoria por un par de segundos. Luego intento tomarlo con gracia, si te concentras en otra cosa, como… no sé. Los cubitos de hielo, esta fiesta se acabará antes de que te des cuenta. En eso, llega la Tia G, promete ser una noche larga.
-¡Hola! ¿Oye… no se supone que vendrías acompañado? ¿Dónde está tu pareja?...
Necesito un trago.
Me da por pensar en la insensata y absurda geometría de las cosas. Que produce esta clase de desencuentros y encuentros, sin respetar edades, circunstancias, ni corazones. Me da por pensar en el “que estarás haciendo tú”.
Entonces al grupo musical que toca en la boda, que es malísimo, le da por tocar un popurrí de canciones de La Quinta Estación…
Necesito otro trago.
Es ahí cuando decido meterme a toda costa en la plática de cotilleo que tienen mis tías, entro como un toro desquiciado rompiendo todo a su paso en un salón, hablo a gritos, no quiero oír la música.
Y es entonces que resulta que la prima K. ha roto con Don Prometido… no me había fijado antes, pero volteo a su mesa y en efecto, está tan sola como vos. Podrá sonar feo, pero es la mejor noticia que he recibido desde que empezó la boda, ya no soy el siguiente en la lista… eso de un modo u otro me dibuja una sonrisa.
Alguien me llama tocándome el hombro, volteo y subo la mirada hasta el techo. Hay una mujer, alta, de piel absolutamente blanca, como de treinta años, con un conjunto de dominó, formal, si puede decirse, está vestida de bufón y montada en unos enormes zancos que le dan como 3 metros de altura… No tengo idea cómo, pero de algún modo todo esto tiene sentido.
Entonces, ella saca un globo y me lo regala.
-Toma, pareces un buen chico…