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Las luces rojas y negras. Los decorados. Los cadáveres embalsamados. Mi médico, mi amigo, muerto en el suelo de su dormitorio. Ahora quiero creer que no son más que historias. Quiero creer que nuestros cuerpos físicos no son más que maniquíes. Que la vida, la vida física, es una ilusión.
Y me lo creo, pero solo durante un instante de vez en cuando.
Tiene gracia, pero la última vez que vi a mi padre con vida fue en el funeral de mi cuñado. Mi cuñado era joven, casi joven, no había llegado a los cincuenta cuando tuvo el infarto. La iglesia nos presentó un menú y nos dijo que eligiéramos dos himnos, un salmo y tres oraciones. Era como pedir comida china.
Mi hermana vino de la sala de velatorios, de ver en privado el cuerpo de su marido, hizo una señal con la mano a mi madre y le dijo:
–Ha habido una equivocación.
Aquella cosa del ataúd, drenado y vestido y pintado, no se parecía en nada a Gerard. Mi hermana dijo:
–No es él.
La última vez que vi a mi padre me dio una corbata a rayas azules y me preguntó cómo se hacía el nudo. Yo le dije que se estuviera quieto. Con el cuello de la camisa vuelto hacia arriba, le pasé la corbata alrededor del cuello y empecé a atársela. Le dije:
–Levanta la cabeza.
Fue lo contrario del momento en que él me enseñó el truco del conejito corriendo por la cueva y me ató mi primer par de zapatos.
Aquella fue la primera vez en décadas que mi familia se juntaba para ir a misa.
Mientras escribo esto, mi madre me llama para decirme que mi abuelo ha tenido una serie de infartos. No puede tragar y se le están llenando los pulmones de líquido. Un amigo mío, tal vez mi mejor amigo, llama para decirme que tiene cáncer de pulmón. Mi abuelo está a cinco horas. Mi amigo está en la otra punta de la ciudad. Yo tengo trabajo que hacer.
La camarera nos decía:
–¿Qué vais a hacer cuando seáis viejos?
Y yo le decía:
–Ya me preocuparé cuando llegue.
Si es que llego.
Este artículo lo estoy escribiendo bajo la presión del plazo de entrega.
Mi cuñado llamaba a esta conducta «estrategia de alto riesgo», la tendencia a dejar las cosas para el último momento, de imbuirlas de un mayor dramatismo y estrés y aparecer como el héroe que está luchando contra el reloj.
«El sitio donde nací –decía Georgia O’Keefe– y los sitios y las formas en que he vivido no son importantes.»
Y decía:
«Lo único que interesa es lo que he hecho y con quién he estado».
Lo siento si todo esto parece un poco apresurado y desesperado.
Lo es.
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Las luces rojas y negras. Los decorados. Los cadáveres embalsamados. Mi médico, mi amigo, muerto en el suelo de su dormitorio. Ahora quiero creer que no son más que historias. Quiero creer que nuestros cuerpos físicos no son más que maniquíes. Que la vida, la vida física, es una ilusión.
Y me lo creo, pero solo durante un instante de vez en cuando.
Tiene gracia, pero la última vez que vi a mi padre con vida fue en el funeral de mi cuñado. Mi cuñado era joven, casi joven, no había llegado a los cincuenta cuando tuvo el infarto. La iglesia nos presentó un menú y nos dijo que eligiéramos dos himnos, un salmo y tres oraciones. Era como pedir comida china.
Mi hermana vino de la sala de velatorios, de ver en privado el cuerpo de su marido, hizo una señal con la mano a mi madre y le dijo:
–Ha habido una equivocación.
Aquella cosa del ataúd, drenado y vestido y pintado, no se parecía en nada a Gerard. Mi hermana dijo:
–No es él.
La última vez que vi a mi padre me dio una corbata a rayas azules y me preguntó cómo se hacía el nudo. Yo le dije que se estuviera quieto. Con el cuello de la camisa vuelto hacia arriba, le pasé la corbata alrededor del cuello y empecé a atársela. Le dije:
–Levanta la cabeza.
Fue lo contrario del momento en que él me enseñó el truco del conejito corriendo por la cueva y me ató mi primer par de zapatos.
Aquella fue la primera vez en décadas que mi familia se juntaba para ir a misa.
Mientras escribo esto, mi madre me llama para decirme que mi abuelo ha tenido una serie de infartos. No puede tragar y se le están llenando los pulmones de líquido. Un amigo mío, tal vez mi mejor amigo, llama para decirme que tiene cáncer de pulmón. Mi abuelo está a cinco horas. Mi amigo está en la otra punta de la ciudad. Yo tengo trabajo que hacer.
La camarera nos decía:
–¿Qué vais a hacer cuando seáis viejos?
Y yo le decía:
–Ya me preocuparé cuando llegue.
Si es que llego.
Este artículo lo estoy escribiendo bajo la presión del plazo de entrega.
Mi cuñado llamaba a esta conducta «estrategia de alto riesgo», la tendencia a dejar las cosas para el último momento, de imbuirlas de un mayor dramatismo y estrés y aparecer como el héroe que está luchando contra el reloj.
«El sitio donde nací –decía Georgia O’Keefe– y los sitios y las formas en que he vivido no son importantes.»
Y decía:
«Lo único que interesa es lo que he hecho y con quién he estado».
Lo siento si todo esto parece un poco apresurado y desesperado.
Lo es.
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2 comentarios:
Pinche York, nomás poniendo fragmentos de autores a los que les traigo ganas. Por cierto ¿Recomiendas leer a Palahniuk en español? ¿O sí se pierde mucho la magia?
Chivadrián, Palahniuk en español tiene unas traducciones muy decentes y buenas, aunque se pierde un poco la sensación de telégrafo de su narrativa, que es parte de su distintivo.
Yo lo que hago es que compro los libros en ambas versiones :p
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