Desde el concurso de Rock en Zapopan me entraron ganas de visitar los bares cercanos a los arcos, porque se veía buen ambiente y mejor música. A eso había que sumar la espinita de no haber podido entrar al MAZ (Museo de Arte de Zapopan) la semana anterior. Así que era el momento de desquitarse. Ivette fue la complece... y autora intelectual de hecho. Jejeje.
El dilema eran los horarios, porque el MAZ cerraba temprano pero los bares abrían tarde. Una lastima que llegáramos a esa conclusión cuando ya estábamos en el sitio. Iv y yo entramos al MAZ, vimos unas estatuas loquísimas de aves. Ranas que invadían una sala de exhibición, tinieblas, manchas de tinta, libros prohibidos… Algo que estimuló mi subconsciente (si le atiné?) y me hizo tener un sueño raro. Entre muelles de San Blas, torres (faros?) y la compañía de ese día grabada a fuego.
Los Arcos...
Después del MAZ hubo que esperar, ir de aquí a allá, hasta que llegara la hora idónea para arribar a un sitio que pudiera definirse que estuviera ya “en ambiente”. Lógico, pasaron horas, pero se sintieron como minutos. Vimos como pintaban cuadros de planetas, estrellas y soles con aerosol. Platicamos de Chuck Palahniuk. Buscamos un bar que solo existía en un recuerdo difuso… Un nombre que comenzaba a sonar como una quimera: El Árbol.
Nos tomó un ratote descubrir su ubicación, en mitad por deducción y en mitad por casualidad, pero no podía creerlo cuando en la última cuadra del último intento del último plan para encontrarlo... apareció.
Y era un lugar increible... con un barecito adentro llamado el Nido, donde un guitarrista tocaba los grandes exitos de Luis Eduardo Aute, Miguel Ríos, Serrat, Roberto Carlos y toda esa dinastía, que le dio un toque calido y lindo a la velada.
Esa noche parecía que nunca acababa pero sí terminó...
ESE DÍA APRENDÍ QUE: Es posible que alguien lea el nombre de una bebida llamada Kitatetutanga y que no entienda el doble sentido.
Los barecitos estaban por ahí, y claro las calles más oscuras.
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