El chico estaba perdido buscando su pensamiento feliz para volar. En un día de esperas, tal vez de mal entendidos, tal vez de preguntas innecesarias y tantos tantos tantos desvaríos; lo único que le importaba era regresar a donde pertenecía. Un lugar ajeno a la geografía pero lleno de letras, regalos, fotografías, intentos de rimas, juegos sin tiempo, baños, espejos, tangos al arrecife, salidas imposibles, pasados, futuros, tal veces, física, sexo, química, confesiones, escondites.
El deseo de volver a casa teniendo la certeza de haber encontrado un nuevo mapa con la ruta para regresar, justo cuando pasaban por uno de esos momentos de absoluto extravío es una bendición fortuita y llena de gracia.
Resistió los ataques de conejos relojeros y reinas sin corazones, capitanes sin garfios y parientes lástimados; adelantó las manecillas tanto como pudo, se puso el sombrero del loco, dijo "whisky" para la foto. Recibió una llamada de auxilio y se fue a esperar al hangar, cuando la guillotina ya había chupado al ejecutado, cuando todo ya había terminado. Y la vio ahí, terca, tornasol, desamparada, con un signo de interrogación. Sin contestar preguntas hasta el segundo intento, sin dar las gracias por la cicatriz del puerto. El chico sabía que no había nada, pero podría jurar que la había encontrado cargando a sus espaldas con un muerto.
Volvió a la emboscada de su habitación, dispuesto a volar por un poquito de hogar, su pista de despegue Icaro el celular. Aquellas pequeñas cosas que te dicen dónde estás, un saludo, los amigos, lo contrario a la compañía, su voz probablemente adormilada y un quizás.
La larga letanía de 13 números y la tecla marcar eran la única distancia. Entonces vio la última fotografía revelada, se le derritieron las alas, sin saber qué decir y sintió decidir un mutis por el foro.
El chico sigue perdido en la foto, solo es uno en el todo.
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