Como si Candy y Terry hubieran leido a Saint-Exupéry

(Estás tan solo y feliz como puedes estar, concentrado en tu café y en destilar la mañana. Luego subes la mirada y comienza el desfile. Sin proponértelo eres el público improvisado de este dialogo de caricatura en la mesa de enfrente)

—Esto sí lo podemos hablar, […] pero, ay, cuando lo intento contigo siento que meto la mano a la caja de las cobras.

—Yo soy medio aserpentada, no andas tan errado, jajajaja. Sin embargo soy una serpens benigna, en serio, no quiero morder a nadie, menos a ti... Y si llego a morder por instinto, pues mis mordidas no tienen veneno.

—Eso es: muerdes por instinto.

—Pero sin veneno.

—Siguiendo así, voy a acabar como tus piernas. Porque una de tres: o me aceptas tú, o te acepto yo, o ambos.

—Sí, la tercera opción me gusta... y lo de mis piernas se quita en un par de días, ni es grave ni definitivo.

—Y no, no me acostumbro a que me muerdas.

—Yo tampoco me acostumbro a que quieras meterme a la caja...